Rituales nocturnos

Para dormir ella y yo teníamos nuestros rituales.

Se secaba el cabello siempre antes de dormir. Lo tiene liso pero siempre lo hacía. Pasaba rato peinándose. Siempre llegaba a la cama con una pijama bonita y sexy, oliendo a fresas. Muy peinada, con la piel de seda. Y era su olor y lo natural de su atuendo, aunque pasaba como una hora para estar así de natural, era ella sin maquillajes, sin nada debajo de aquella ropita que portaba… era ella para mí.

Recuerdo su aroma ¡Qué perfume tan sutil y tan natural! La mezcla de su jabón de baño con el sudor de su piel formaba exquisitamente aquel olor a fresas que me volvía loco y... ¿ya hable sobre lo suave de su piel?... Sí, era suave. Podía pasar horas acariciándola, era lo mejor de que ella y yo jugáramos a la casita. Esas noches eran lo mejor de aquel apartamento siempre para nosotros solos.

Era como un espectáculo ver la calma y la paciencia que tenía para arreglarse al dormir. Se tardaba casi lo mismo en quitarse la ropa, que en ponérsela. Qué bella era y yo lo sabía, y me sentía un sujeto con suerte por tener en mi cama a una mujer tan bella, olor a fresas, piel suave y ropita ligera. Cosas tan simples hacían mi vida tan feliz… era ella.

No le molestaba mi mala manía de ser un zombie —siempre me costaba dormir—. En aquellos días todavía no era tan esclavo del whisky en las rocas como hoy día, pero bajaba con regularidad a la piscina o al gimnasio de aquel edificio en las madrugadas, prendía la tv, leía algún libro y sabía que en mi cama me esperaban las piernas más tibias y más suaves del mundo. Nunca tuve apuros, la sentía tan mía que el tiempo era como eterno. Qué horas desaproveche por allí vagando, en vez de estar en esa cama con ella…¡Myself pobre tonto!

Mi único ritual para dormir era andar por toda la casa en bóxers hasta que me diera sueño. A ella le gustaban mis bóxers y siempre me compraba cuando encontraba uno que le gustara. Aunque no vivía en esa casa, lejos de la mía, tenía allá tanta ropa como en la mía propia. Ella me mudaba poco a poco y aunque desde el principio siempre supimos que no íbamos a durar, ¡qué bien se sentía vivir el momento! Andaba por toda la casa en bóxers y con mi barba de 3 días y ella lo sabía y nunca me apuró por irme a acostar. Ella dormía sin esperarme.

Sin duda alguna, lo mejor de esas noches era darme cuenta que nunca me iba a dar sueño por más libros que leyera, piscinas que nadara o pesas que hiciera… Me bañaba y salía desnudo, secándome toda el agua fría, entrando a la cama y despertándola para hacerle el amor. Siempre se lo hacía en aquel estado entre dormida y despierta en el que no sabía exactamente qué es lo que le pasaba. Me encantaba despertarla de aquella forma y ella me hacía jurar que más nunca la despertaría así, pero siempre lo hice, noche tras noche y sólo así, después de que le demostraba la intensa manera como la amaba, es que podía dormir…

Extraño despertarla con mi boca en sus senos y mis manos entre sus piernas; pero, a lo mejor no me crean, lo que más extraño de todo aquello es el terminar de hacerle el amor: la manera en que ella encontraba su sitio entre mis brazos y se quedaba dormida instantáneamente después de decirme “te amo”. Y allí me quedaba yo, poco a poco cayendo ante el gran Morfeo solamente pensando en…su aroma de fresa y lo suave de su piel… aquella que sentía mientras le acariciaba la espalda al dormir.

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